para siempre dormido
Ángel Augier era el poeta cubano vivo de más edad, Premio Nacional de Literatura 1991, y uno de los puntales de la cultura nacional
Por Luis Hernández Serrano. Tomado de Juventud Rebelde
El Premio Nacional de Literatura 1991, Ángel Augier —el poeta cubano vivo de más edad, 99 años— falleció poco después de las 8:30 de la noche del miércoles de una afección respiratoria, en una de las salas de terapia del Hospital docente Enrique Cabrera, en Ciudad de La Habana.
Ya afectado por una insuficiencia respiratoria y cardiaca propia de su avanzada edad, el gran escritor, que nació el primero de diciembre de 1910 en Gibara, Oriente, llevaba una semana ingresado en el referido hospital.
Con su desaparición física pierde nuestro país a uno de los puntales históricos de la cultura. Fue un profundo estudioso de la obra de José María Heredia y de José Martí, además de íntimo amigo y compañero de lucha y de quehaceres literarios y revolucionarios de Nicolás Guillén.
Estimaba que su obra poética de mayor vuelo fue su libro Isla en el tacto, conformado por poemas escritos, en lo fundamental, en la época inicial del triunfo de la Revolución.
(Vea completa esta información, mediante el siguiente link, en Juventud Rebelde. Otra reseña sobre su deceso, en Granma).
De nuestros archivos, el texto Sobre un ángel de apellido Augier, del 2007, bajo la firma de Virgilio López Lemus. También, las décimas de Augier Los ritmos del mar son mudos, La décima y Canción del guajiro, esta última de la antología A la bandera cubana, de Omar Perdomo Correa.
A continuación, dos estrofas del desaparecido Maestro, recogidas recientemente en el primer tomo (1900-1959) de la importante antología Esta cárcel de aire puro, Panorama de la décima cubana en el siglo XX (Editora Abril), realizada por Mayra Hernández Menéndez y Waldo González López.
ROJA COMO LLAMARADA
A María del Carmen Prieto
Aquí, junto a pétreas ruinas
que evocan lejana cuna,
hay una pena montuna
que afila duras espinas.
De las cañabravas finas
esa pena arrebolada
ha llegado a tu mirada
con el fulgor de la tarde.
¡Oh, espléndida canción que arde
roja como llamarada!
Qué dulce melancolía
en su lenta vida breve
de la tarde cuando llueve
en ese morir del día.
Sin el sol en su agonía,
hay sólo una brisa leve
que así mojada se mueve
con silenciosa pereza,
al igual que mi tristeza
en la tarde, cuando llueve.
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