En manos de la posteridad
Foto: Kike, La Jiribilla
Con Luis Marré
(Guanabacoa, 1929 – La Habana,
2013) pasa lo que con otros poetas poco dados a la exhibición consuetudinaria:
el silencio los acompaña en buena parte de su itinerario creativo. Se ha
llegado incluso a decir que su obra poética es menor, comparada con la de otros
gigantes de la llamada Generación del 50, de la que fue parte activa. Quizás
esa determinación de alejarse de los reflectores le costó a Marré su cuota de
popularidad. Francamente, no es de los más conocidos de nuestros escritores, a
pesar de que recibió en vida los principales homenajes de nuestra república
literaria, entre ellos, el Premio Nacional
de Literatura, en el 2008. Pero Luis Marré consagró
buena parte de su vida a promover la obra de otros, en un ejercicio intenso, no
exento de polémicas e incluso de equivocaciones, pero que asumió con un gran
sentido de responsabilidad. El poeta ha muerto en La Habana y su producción ya
está en las manos de la posteridad. Solo el tiempo —que no siempre es justo— lo
ubicará o no entre “los clásicos”. Pero ahora hay que decirlo: Luis Marré fue un
excelente poeta. Nunca se propuso dinamitar la extraordinaria tradición lírica
cubana, que viene desde los albores de la nacionalidad; pero al mismo tiempo
—con delicadeza, sin algarabías— introdujo en su cuerpo poético los aires
renovadores de la vanguardia. (La reseña completa, mediante este enlace, en: Trabajadores
digital)
En entrevista
concedida al sitio de la UNEAC, Marré respondió así a la pregunta sobre sus
inicios en la literatura: “Yo hacía décimas, y se las mandaba a Justo Vega
(quien un día las cantó). Y al Indio Naborí le gustaron tanto que las elogió en
un programa en que participó. Yo defendía la décima llena de tropos, a la
manera del Indio, Rubiera o Tacoronte”.
Etiquetas: décima, homenaje, poesía, tributo
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