Hoy mi padre
cumple cien años

Y lo digo en presente —por razones del corazón que no hace falta explicar a quienes lo conocieron y a quienes me conocen, que viene siendo lo mismo—, a pesar de que casi tres décadas atrás se despidió de la incierta vida terrenal para pasar a vivir solamente en el universo de aquellas razones. Él sabrá perdonarme esta nota acaso demasiado apresurada, porque de él heredé esta vocación de servicio que suele dejarnos el mínimo de tiempo para la vida íntima y para la obra creativa individual. Que me perdonen entonces los lectores esta reseña, acaso demasiado personal. La justifico con estas décimas, que hablan de los misteriosos orígenes canarios de sus padres, de los cuales vivía orgulloso aunque nunca pudo demostrarlos, porque no conoció a sus progenitores, desaparecidos cuando él no tenía uso de razón, por lo que unos parientes lo encomendaron, todavía bebé, a un orfanatorio:

PALABRAS DONDE CONJURO…

(Fragmento)

¿Por dónde fue, Julio A,
que te extravió una pedrada
la azul raíz?
(Tu mirada
no va allá, no más allá
de la sombra).
Di, papá,
tu lágrima de madera
sobre mi pecho. La estera
de tu recuerdo es un leño
en mi hombro:
“¡Isleño, isleño!”
Ya falta la primavera,
papá. Ya faltan los gnomos
que nos inventen inciensos
sobre los grises intensos
del olvido. Y los palomos
que anunciaban lo que somos
a dónde fueron. Y están
cubiertos de un verde pan
los cuchillos de ternura
por Hierro o Fuerteventura
sin saber a dónde van
los hilos del tiempo.
Antojos
de lo ignoto.
¿Fue en La Palma
donde se nos tejió el alma
entre asombrados manojos
de blanco sobre sonrojos
azules de un mar de cielo?
¿O en La Gomera el desvelo
urdió los panes y peces
de tus ojos, con las mieses
que por ti fundó el Abuelo?

Otros textos dedicados a mi padre: Réquiem, del libro Los estertores del agua (Editorial Sanlope, 1998), y Primer mensaje, del libro (In)vocación por el paria (Premio Iberoamericano Cucalambé 2000; Editorial Sanlope, 2001).