20 de octubre, Día
de
DE
Por Pedro Péglez González
(Publicado en la edición digital
del periódico Trabajadores)
No de balde la imprescindible poetisa, investigadora y profesora Mirta Aguirre escribió, refiriéndose a la décima: …porque ella nació primero/ y nuestro pueblo después.
Y es que, antes que los nacidos en la isla tuvieran conciencia de su cubanía, cuando todavía la pertenencia de Cuba a España era asunto no cuestionado por la intelectualidad criolla, ya la décima era sin embargo empleada por ella misma, dentro del panorama fundacional de nuestra literatura, para expresar sentimientos que reflejaban una “independencia”, al menos de aspiraciones e intereses de los naturales de la mayor de las Antillas con respecto de la metrópoli.
El hecho decimístico que más se recuerda en este sentido, por su emblemática connotación, es la larga tirada en décimas con que en 1762 una dama de la alta aristocracia habanera,
Diferenciación que por cierto se fue acentuando en el decurso de aquellos años: Mientras más preterida era la décima en la nación que le sirvió de cuna, más hondas raíces echaba en Latinoamérica, sobre todo en el Caribe, y muy en particular en Cuba.
Entre aquel período de
En ese último período mencionado, cuando ya se aprecia con mayor evidencia la gestación de un sentimiento independentista, descuellan figuras como José Fornaris -a quien la tradición oral atribuye el concepto de que la décima es la estrofa que mejor identifica nuestras raíces, si bien tal definición no puede certificarse con documento escrito alguno-, y Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé (foto de la derecha), que con sólo algo más de 30 años de existencia se convirtió en la figura más significativa de la décima cubana en el siglo XIX. Y no hay que olvidar, además, que ambos, Fornaris y El Cucalambé, fueron los forjadores de las dos primeras tendencias conocidas en nuestro incipiente panorama literario, el criollismo y el siboneísmo, ambas connotativas de un evidente proceso de autoidentificación del pueblo cubano.
El hito definitivo y definitorio sobrevendría ya avanzada la segunda mitad del siglo, en lo que ha dado en llamarse segundo período romántico, cuando la décima, a más de su cultivo por la pluma de una amplia nómina de entre los escritores de la finisecularidad, señorea en los campos insurrectos -expresando con ello lo más avanzado del pensamiento, el sentimiento y la voluntad de una nación empeñada en hacer valer una identidad ya autorreconocida- de la mano y la voz de los mambises, fenómeno del cual da fe José Martí en su obra Poetas de la guerra.
No de balde otro imprescindible, Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí (foto de la izquierda), la figura más significativa de la décima en el siglo XX y uno de los poetas más populares del panorama literario contemporáneo en Cuba, resumió de algún modo este proceso de asimilación, integración y ascenso de la estrofa de diez versos en la ruta crítica de la nación cubana con su largo poema Canto a la décima criolla, recogido en el libro que lleva por título el primer verso de ese conjunto: Viajera peninsular,/ ¡cómo te has aplatanado!/ ¿Qué sinsonte enamorado/ te dio cita en el palmar?/ Dejaste viña y pomar/ soñando caña y café,/ y tu alma española fue/ canción de arado y guataca,/ cuando al vaivén de una hamaca/ te diste a El Cucalambé (…) Pero cuando al monte fue,/ Cuba, en su corcel montada,/ y la manigua incendiada/ dio un grito y se puso en pie,/ abriste surcos de fe/ para sembrar patriotismo;/ y ya con un espejismo/ de libertad y derecho,/ te brillaron en el pecho/ diez medallas de heroísmo.
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