Mensaje de Argel
desde Venezuela
Desde el hermano país, donde presta servicios como profesor de poesía oral improvisada, Argel Fernández, especialista de la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé, de Las Tunas, y miembro del Grupo Ala Décima, nos envía este mensaje:
"Hermanos decimistas, la décima anda conmigo, o yo ando con ella por los llanos de Venezuela. Desde San Carlos, Cojedes, reciban un abrazo y mis felicitaciones por esa iniciativa del CIDVI y Ala Décima. Aunque lejos, mi corazón está con ustedes, mi décima también estará. Nos vemos. Argel".
De Discurso de la abeja, cuaderno de Argel que mereció el máximo galardón en el concurso de décima Villazul 2006, auspiciado por instituciones de Puerto Padre, entre ellas el Grupo Espinel-Cucalambé, ofrecemos el poema que le da título.
DISCURSO DE LA ABEJA
Pero nada dirá mi ansia infinita:
si es inmenso el amor, la pompa es muda;
y el corazón, en la palabra escrita,
no sabe si se viste o se desnuda.
Agustín Acosta
A Puerto Padre, mi comarca azul
Para ti son sencillas mis palabras;
y me olvido de la grandilocuencia,
porque soy tan pequeño en tu presencia,
como el trillo escabroso de las cabras.
El misterio de asfalto donde labras
tu ocaso o tu esplendor, no necesita
mis flores de cemento, ni la cita
de sublimes poetas, ni sus nombres.
Sé que es grande el orgullo de los hombres.
Pero nada dirá mi ansia infinita.
Hablará con mis labios la madeja
de sueños que he tejido estando ausente,
hablará el corazón, mas, quedamente,
sin euforia, sin lágrimas ni queja.
Y será mi discurso el de la abeja
que luego de vencer distancia ruda
retorna a su colmena, testaruda,
pues yo, como una abeja, estoy cansado,
y esta máxima guardo en mi costado:
si es inmenso el amor, la pompa es muda.
No por mucho decir, una esperanza
se torna realidad. Los torbellinos
acaban por morir, y a tus molinos
no los mueven sus vientos de alabanza.
Yo sé que tú prefieres la bonanza,
y el mar tranquilo a aquel que se encabrita.
Tú sabes que no te ama más quien grita
su amor y te reclama por derecho,
amas la sencillez de quien da el pecho
y el corazón, en la palabra escrita.
Sencillamente haré mi testamento,
cuando me acerque al borde del olvido,
para dejarte todo lo vivido,
con letras invisibles, en el viento.
Mas, mi legado no será un lamento,
ni tendrá la apariencia amarga y cruda
de una cruz o una flor de espina aguda.
A ti no puedo darte las espinas,
porque mi alma cuando la iluminas
no sabe si se viste o se desnuda.
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