Cuba Ala Décima

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martes, mayo 22, 2007



La décima escrita:
Entrevista con
Roberto Manzano

(Quinta parte. Final)



Por Carlos Chacón Zaldívar
carlos.c
hacon@umcc.cu


—Algunas otras opiniones que quieras expresar sobre el desarrollo general de la décima escrita...

—Muchas cosas se pudieran agregar, porque el asunto sobre el que dialogamos es complejo y está muy urgido de buenas atenciones. Pero podemos insistir en un aspecto importante, que ya no tiene sólo que ver con lo más específico de la vida literaria, sino que extiende sus implicaciones a la evolución de la literatura. En Cuba toda transformación artística generacional siempre tomará una actitud frente a la décima, pues ella está ahí, creciendo en silencio, sobreviviendo a veces heroicamente, nutriéndose de los misteriosos rizomas colectivos, yendo y viniendo de lo oral a lo escrito, cruzando las aduanas o entrando en los más oscuros mantos freáticos de tierradentro. Toda nueva actitud estética dirá, de algún modo, de frente o de soslayo, atacándola o alzándola en andas, qué le parece su existencia. Así lo hemos visto en nuestro más reciente pasado literario, para no irnos muy lejos, porque sería muy fácil detectar esas actitudes en lo que ya es pura literatura, sin la aspereza y vapor de la vida literaria aún viva. Una interesante historia saldría de las relaciones de las corrientes hegemónicas de la poesía cubana del siglo XX con la estrofa, cómo establecieron con ella sus desamores y querencias. No podemos hacerla aquí. Pero podemos dejar fluir algunas ideas, como si fuesen cometas sin desarrollo. Por ejemplo, el origenismo logró libres y dúctiles instrumentos expresivos, y nos ha dejado como patrimonio espiritual una isla configurada en lo trascendente, un alzamiento de lo que nos ocurre, como individuos o colectivamente, hacia lo que somos ya en una comunión más alta. Habiendo pasado por la poesía pura, que con tanto vigor transformó nuestra décima escrita, el origenismo abrigó en su interior a la décima, para producirla como un automático intercambio íntimo o una pequeña almena blanda desde donde mirar asociaciones o rostros de figura más inmediata. Pero el movimiento estético que le siguió, en la misma medida que radicalizaba sus presupuestos más queridos, corriendo a contracanto, persiguiendo como ideal expresivo el discurso periodístico u oratorio, la esquinó en su hora de esplendor. El coloquialismo, como tendencia artística, en su desiderato interior no amaba la décima: no confundirse porque un coloquialista la haya cultivado. Todo lo que hizo un coloquialista en términos productivos concretos no es obligatoriamente parte conceptual del coloquialismo. Y como es natural en cualquier esfuerzo nucleador, siempre brotan disidencias. Algunos coloquialistas tendrán sus devaneos decimísticos, pero cuando ya ha irrumpido la recuperación de la estrofa como espacio estético de interés con los primeros creadores de los setenta, o antes, cuando aún no estaban bien plantados sus horizontes expresivos. Los amantes más antiguos de la estrofa, que venían de la Cuba anterior al triunfo revolucionario y que algunos estudiosos designan como neorrománticos o poetas de corte tradicional, pudieron asomarse con fuerza a la palestra lírica. Y los jóvenes de entonces, que tenían entre sus presupuestos recuperar la mayor subjetivización de la vivencia lírica en enunciados bien ordenados artísticamente, se hilaron a sus búsquedas, llevando las ilaciones y rupturas hacia adelante. Esta es historia contada ya por algunos de los testigos y protagonistas del proceso, pero cuyo testimonio permanece en la absoluta sombra. No lo detallo, ni menciono nombres. Los que han vivido o estudiado los últimos casi cuarenta años de poesía cubana pueden llenar de carne viva esta síntesis vaporosa. Hacia los finales de los setenta y principios de los ochenta, el campo literario cubano se polarizó fuertemente, y los nuevos cultores se encontraban más interesados en emplear las armas coloquiales para cambiar de signo los contenidos expresados por estas armas mismas, que en explorar los predios de la poesía. Un coloquialismo al revés, de la anuencia a la crítica, del encanto al desencanto, predominó sobre otras tendencias que ya también asomaban alzando las elaboraciones clásicas, resumergiéndose en la poesía de la experiencia, rescatando y jerarquizando la aventura origenista. Del brazo de estos últimos, ya avanzando hacia finales de los ochenta, la décima entró de nuevo al campo escrito con cierta fuerza, y comenzó a diluir sus arquetipos seculares. Los noventa transformaron ya definitivamente la décima cubana. El número de manipulaciones de esta década sobre nuestra estrofa ya la volvió irreconocible a veces para un espíritu ortodoxo, y la enderezó, tanto en lo estilístico como en lo conceptual, hacia áreas no anteriormente visitadas. Pero ya estamos en una nueva centuria, y están asomando algunas exploraciones digna de interés, y la crítica —en una de las evidencias de su inexistencia— no da señales de vida. En Cuba, en cualquier zona poética, hay siempre un pulular y un dinamismo dignos de observación. Somos creadores muy activos, pero débiles, y a veces nulos, interpretadores. Por eso nos puede pasar, y nos pasa, la siguiente situación ridícula: aplaudimos una burbuja, cuando tal vez tenemos a nuestro propio lado a alguien con una obra henchida de futuro. Los artistas que no ensanchan sus horizontes estéticos corren el riesgo de confundir su nariz con una montaña.

Vea el texto completo de esta entrevista en nuestra sección DECIMACONTEXTO.

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