La décima en
Manuel Navarro Luna
Por Waldo González López
¿A qué poeta-decimista cubano contemporáneo no le resuena el acento del grande Antonio Machado en esta décima?
Soñar es andar. Soñar
puede cualquier peregrino.
Pero hay que tener camino
para poder caminar.
Más que los pies para andar
y los ojos para ver,
lo que hace falta tener
es camino, duro o blando,
para poder ir cantando
hacia el nuevo amanecer.
(Soñar es andar)
Claro que el recuerdo del enorme poeta de Soria resuena, tal eco de un aire que, muchas décadas más tarde, se dejaría escuchar en estos versos, escritos en la oriental Manzanillo de 1949, por otro poeta que había bebido en los clásicos de los Siglos de Oro, sobre todo en Lope de Vega y Calderón, como asimismo en otros fecundos españoles: Miguel de Unamuno y el propio Machado —que mantiene la lozanía de un contemporáneo—, como en los latinoamericanos: Amado Nervo y Rubén Darío (quien, aunque muchos lo ignoren, era también un deslumbrante improvisador).
Lo aforístico y lo conceptual del enorme Calderón de La vida es sueño aparece —como en la poética de Unamuno y el Machado de Proverbios y cantares— en Decimario, breve conjunto de textos que, escritos en 1949, nunca publicó en vida Manuel Navarro Luna (nacido en Jovellanos de 1894, provincia de Matanzas), mas sí incluidos en el volumen Poesía y Prosa de 1980, aparecido por
Aquí se da “el sereno, el sosegado virtuosismo de que Navarro Luna hace gala al abordar este difícil género (...) tal vez sea esta una de las aristas más ricas —y, también, más ocultas— de toda su obra”, como afirma Santana con certeza en su mencionada biografía (en el capítulo Decimario, p. 149).
Como se sabe, Machado —hijo de un serio estudioso del Romancero y la tradición en la poesía hispana, y él mismo excelente cultivador de las formas clásicas— dejó pautas que aún marcan con su impronta la poesía de nuestra lengua. En Cuba, sigue siendo un autor de cabecera para varias generaciones de poetas y trovadores, tal aconteció con El Poeta de Manzanillo, quien, como dije antes, evidenció un positivo influjo de su alta poesía en su Decimario.
En este nada extenso pero sí intenso cuaderno (de solo unas pocas décimas múltiples que conforman un conjunto de 24), “su acento universal lo acerca, en cierto modo, a los mejores logros del gran Antonio Machado”, para decirlo, de nuevo, con Santana. Así acontece en no pocas de estas estrofas. Veamos un magnífico ejemplo en esta duodécima:
El que sabe caminar,
caminando siempre llega.
Hasta la paloma ciega
sabe a su nido volar.
Mas no puedes descansar
por muchos que sean tus años;
por hondos que sean los daños
del camino que te dejo,
y del que nunca me alejo
aunque todos me abandonen,
pues para el camino joven
ningún caminante es viejo.
(Si es buena la sementera)
Incluido en antologías, selecciones y en su Obra poética (Ediciones Unión, 1963), su Decimario aún no se ha destacado en volumen independiente, ni siquiera en estos años de profusión editorial de la estructura lírica, como debía haber sido, con la justa finalidad de mostrar la alta calidad de sus piezas, provistas de ese tono sentencioso de la médula secular y esencial de la poesía popular, de la que igualmente se nutrieron los clásicos dorados, entre ellos, Calderón. Así, en una de las más altas muestras de este valioso conjunto, dice el poeta:
Tienes que escoger tu muerte
como se escoge una flor.
Y verás que hasta el dolor
puede ser la mejor suerte.
El pecho, mientras más fuerte,
más tiene que trabajar
vida y muerte, para dar
su flor al camino pulcro
y que pueda su sepulcro,
siendo sepulcro, brillar.
(Tienes que escoger tu muerte)
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