Cuba Ala Décima

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domingo, mayo 06, 2007



Aleido Rodríguez
y los
muros de sus sueños

Por Modesto Caballero Ramos

Cuando en noviembre del 2006 la Casa Iberoamericana de la Décima de Las Tunas me honró al seleccionarme como jurado del concurso nacional Décima y tradición, lejos estaba de conocer la identidad de uno solo de los autores de las obras concursantes. Fue al llegar a aquella ciudad el 20 de diciembre de ese año, igualmente distinguido por la gentileza de esa importante institución cultural, que conocí al primero de esos poetas, Aleido Rodríguez Cabrera (Florencia, Ciego de Ávila, 1958), quien fue uno de los cinco finalistas. Nada descubro al decir que el simple hecho de quedar finalista en un certamen literario, es de hecho un merecido reconocimiento y, en esa oportunidad, Aleido recibió una mención por su cuaderno. Luego supe que él había sido ganador de este certamen en su edición del 2002. En los años 2001, 2002 y 2004, ganó el concurso Tomasa Varona, tanto en décima como en poesía para niños.

Fue la tarde del 20 de diciembre, en el patio de la Casa Iberoamericana de la Décima, durante una memorable simbiosis de música y poesía, donde nos conocimos. Allí, él tuvo la gentileza de dedicarme su libro de décimas, Detrás del muro se sueña. No lo guardé, en ese mismo momento lo abrí y comencé a leerlo. El primer poema, Figuraciones del viajero:

Detrás del muro se sueña,
es sólo máscara el muro
y la luz se hace futuro
sobre la razón pequeña.

Detrás el agua diseña
las angustias del viajero
que llega desde el lindero
del mundo, a mi puerta rota,
y nadie escucha la ignota
aldaba del aguacero.

Ya no pude evitar saciar la curiosidad que me despertó ese primer poema. ¿Qué hallé en él que a pesar de estar en medio de un recital, me obligó a buscar el segundo, el tercero y hasta el final? No tengo mucho espacio para batir, cual si fuera un francotirador, el cúmulo de imágenes que impactaron en mi mente. Diré, eso sí, que estaba delante de un cuaderno que a su vez era la hoja de ruta del vehículo donde el viajero había transitado desde las lindes del universo hasta la misma puerta del poeta. Aquí, viajero-poeta-sujeto lírico, se funden, dan materia a la elaboración de cada imagen dentro de la metametáfora que es todo el poema. No encontrará usted una mínima intención del poeta de impactar mediante la ruptura sintáctico-formal-lexical, en cambio, brinda una bella forma de decir sin acudir a superfluos recursos. Es el grito existencial que apura al poeta convertido a su vez en viajero, a destrozar los valladares de su mente, los miedos intangibles disfrazados de muros, y definitivamente se abre la demasiada luz sobre la senda victoriosa por donde escalar al futuro y entonces la sinrazón que lo ataba, queda incluida en el polvo que el aguacero arrastra junto a las angustias del sujeto lírico. Lo volví a leer y encontré nuevas lecturas, mejores imágenes, otras combinaciones estéticas y recursos de lo real maravilloso. Fue eso, quizás, así de golpe, lo que me hizo identificarme con la poesía de Aleido Rodríguez.

Hay temblor humano, al decir del profesor Roberto Manzano, pero un temblor telúrico, emancipado de autorreproche, de mimesis, porque es poesía del alma. ¿Fue sólo este primer poema el que me hizo reflexionar de este modo? Hubiera sido suficiente, y repito, el límite espacial no me lo permite, pero podría decir mucho más. Lo dejaré a voluntad del lector, a quien le brindo uno de los conjuntos que contiene el libro, para que pueda discernir por sí solo:

DISCURSO A ORILLA DEL MUNDO

El mundo roza mi verso
con sus alas de locura,
yo soy dios en miniatura
descifrando mi reverso,
hendija del universo
por donde miro mis peces
de colores, pero a veces
mis ojos se vuelven flechas
en la luz de las cosechas
persiguiendo los reveses.

El mundo es la seguidilla
del tiempo sobre mis sienes,
yo me sostengo de trenes
que pasan por esta orilla
donde el duende maravilla
los escombros, las piruetas
de la nieve, las siluetas
en la noche que me aspira,
el mundo es salmo que gira
en contra de las saetas.

El mundo —que a veces pasa
tan cerca de mí que siento
el fiero alud de su viento
entrándome por la casa,
sus caminos— se disfraza
del vuelo tierno del ave,
el mundo pasa, no sabe
que el poeta está en el giro
de la noria, de un suspiro
descifrándole la clave.

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