Agustín Serrano:
voz que viene de sus sitios
Foto: Mayra Hernández
En la recién premiada oncena edición del concurso nacional de poesía Regino Pedroso, mereció el premio especial del Grupo Ala Décima el poeta holguinero Agustín Serrano Santiesteban, por su poema A corazón abierto, que ya publicamos en esta página a principios de mayo, reseña que puede ser localizada escribiendo el nombre de este autor en el buscador de Google que aparece en el extremo superior izquierdo de nuestro blog.
Ahora ofrecemos un comentario sobre su decimario Sitios de la voz, con el cual Agustín alcanzó el Premio Cucalambé en 1996. Este comentario forma parte del libro El drama del iceberg. Los premios Cucalambé en la ruta de los 90, cuyo texto íntegro puede encontrar en nuestra sección DECIMACONTEXTO.
VOZ QUE VIENE DE SUS SITIOS
Para quienes han seguido con atención el movimiento renovador que ha experimentado en los últimos años la décima escrita del país, no cabe duda de que en ese proceso ha desempeñado un notable papel promocional el concurso nacional Cucalambé.
A resultas de ese certamen han sido publicados libros como Robinson Crusoe vuelve a salvarse (de los habaneros Alexis Díaz Pimienta y David Mitrani, premio en 1993) y El mundo tiene la razón (escrito a dos manos por Ronel González y José Luis Serrano, de Holguín, y premiado en 1995), por sólo citar dos ejemplos donde a la riqueza de un discurso elevado se unen importantes audacias formales, sin menoscabo de la estructura de la estrofa clásica.
Un nuevo aporte ofrece Sitios de la voz, merecedor del galardón en 1996, bajo la firma de Agustín Serrano (Velazco, Holguín, 1958), que atesoraba ya un premio en el concurso Vicente Espinel (1995), menciones en otras lizas literarias, poemas publicados en revistas locales y nacionales, y su inclusión en la antología Poetas del mediodía (Editorial Sanlope, 1995).
No está en el atrevimiento formal precisamente el encanto particular de Sitios de la voz, sino en el discurso a un tiempo elegante, agudo y descubridor que obra el hallazgo de la visión nueva en el residuario de los orígenes rurales, tamizados por el tiempo y recompuesto con ribetes otros en la memoria cargada de nostalgia y angustias por los años irrecuperables: El tiempo su enredadera/ que me ahoga Pierdo el alba;/ grito pero nadie salva/ mis recuerdos de la hoguera.
No de balde el vocablo-núcleo del título, sitios, que en su doble acepción (lugar y casa de campo) metafóricamente empleado aquí, parece revelar (¿o confesar?) la fuente campesina donde bebió la infancia del poeta.
Pero si esa fidelidad raigal trasciende del patrimonio personal que maneja, más curiosa quizá es la herencia que se aprecia en la propia factura de su decir: Hay limpidez de arroyo y frescura de follaje en estos versos, al tiempo que permiten intuir una apropiación visceral de la mejor poesía contemporánea, para desembocar en un conjunto orgánico y auténtico, de madura serenidad de lago que no resiste estridencias. Léase a propósito su décima Réquiem, donde el fuego hogareño —sagrada institución de la casa campesina— asume un protagonismo poético en la relación entre lo ido e irrecuperable, y lo nuevo que lo reemplaza:
La casa es una pradera
donde se queman los sueños;
el viejo fogón los leños
de mi niñez incinera.
Quedó atrás la primavera
de inocente fantasía.
El tiempo en su travesía
enciende la adolescencia
y una leve transparencia
susurra en la lejanía.
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