Cuba Ala Décima

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domingo, abril 08, 2007




Por culpa
de Vilaseca,
mueren de envidia poetas
del XVIII español

Tomado del libro El drama del iceberg (Editorial Sanlope, 2006). Comentario sobre El libro de los cánticos, de José Antonio Vilaseca (Guanabacoa, Ciudad de La Habana, 1963), poeta y narrador, miembro del Grupo Ala Décima.

Por Pedro Péglez González

Como es sabido, tras el auge alcanzado por la décima en el XVII —Siglo de Oro español— vino el declive. La siguiente centuria fue testigo de un casi total abandono de la estrofa, a causa, sobre todo, de su abusivo empleo para temas jocosos de poca monta, lo que motivó el desdén —erróneo, por supuesto— de la mayoría de los poetas "cultos".

Si José Antonio Vilaseca (Guanabacoa, 1963) hubiera vivido —y escrito— en la España dieciochesca, eso no habría ocurrido. Con su capacidad para dotar a la espinela de una óptica humorística e irreverente a partir de un manejo lexical y tropológico de altos quilates, aquel desaire no hubiera tenido lugar. Digo, si en tal trance a Vilaseca no lo hubieran incinerado los seculares herederos de la Santa Inquisición.

De todo esto da fe El libro de los cánticos (Editorial Unicornio, La Habana, 2001), volumen de décimas que mereció el premio en el concurso nacional de poesía Félix Pita Rodríguez en 1999. En él, los sagrados salmos davídicos de la tradición hebrea y cristiana son el corpus referencial (prototexto, al decir de los estudiosos de la llamada dominante cultural de la posmodernidad) para una relectura poética que deviene rebeldía desacralizadora enfilada a la mejor función purificadora y liberadora del humor.

Así, en su Cántico 151/ Oración por las esperanzas idas, dice: Pensé volar al deshielo/ de la mugre que me amarra/ al péndulo de una garra/ llovida en el desconsuelo/ creí volcar en el cielo/ mis danzas de lo caído/ el cáliz de lo sufrido/ multiplicado entre dos/ y no sabía que Dios/ me odiaba por aturdido.

Que un decimario gane un certamen de poesía en general habla mucho de la altura estética alcanzada —ya desde fines de los 80 y sobre todo desde los 90— por la estrofa nacional. Pero que tal resultado se obtenga con una obra de propensión burlesca, revela haber aceptado antes un difícil reto, del cual su autor ha salido holgadamente airoso.

Como en toda buena obra humorística, hay aquí un trasfondo de valor humanístico. En su poema titulado Cántico 167/ Plegaria pidiendo huesos nuevos/ (Tengo una artritis...) critica las conductas humanas no concordantes con el nivel de civilización alcanzado por el hombre: Qué sé yo no evoluciono/ luzco gorila raquítico/ ¡aleluya el Paleolítico!/ me narcotiza el ozono/ perdí las luces soy mono/ la Chita del celuloide/ me agota lo paranoide/ que la vida desorbita/ quiera Dios Darwin repita/ mi aspiración antropoide.

Vilaseca había merecido, también en 1999, el Premio Farraluque de literatura erótica con décimas aquí incluidas. La embestida disparatada e hilarante contra la rigidez o la desmesura en la actitud ante lo sexual halla en este libro su espacio. Veámoslo en una de las décimas del apócrifo titulado First and última letter del apóstol San Candela to the egipcios, donde el figurado santo se dirige a los pecadores:

¿Qué os diré? si sois culpables/ de un colmenar de embarazos/ contranatura si a plazos/ semen vendéis en amables/ falos corsarios mutables/ three hundred seven pulgadas/ de santidades aladas/ the knives are very enormes/ si os fuisteis tras fusiformes/ caídas descortinadas...

Con El libro de los cánticos no sólo se prestigia el referido certamen, la Editorial Unicornio y la décima del país, sino además se han empuñado lanzas contra el mito del divorcio entre la risa y la ascensión espiritual. En sus tumbas, estarán muriéndose de envidia los poetas del XVIII español que no entrevieron una tal posibilidad.

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