Manzano y sus
heterodoxas
décimas de Synergos
En el 2005, el poeta, ensayista, investigador y profesor Roberto Manzano Díaz (Ciego de Ávila, 1949) mereció el importante Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén, con su poemario Synergos, publicado ese mismo año por
Poeta de todos los registros, uno de los representantes de la corriente conocida como poesía de la tierra —de notable interés para las letras cubanas y aún a la espera de un necesario estudio—, Manzano ha tenido siempre en su obra un sitio de respeto y dedicación para la décima, modalidad en la cual mereció en 1993 el premio del concurso nacional 26 de Julio con su libro El racimo y la estrella, en la última ocasión en que ese certamen convocó a los poemarios escritos en estrofas de diez versos.
En Synergos, entre textos de diversa factura escritural, Manzano aporta al patrimonio literario nacional un conjunto de poemas en décimas heterodoxas, concebidas en metros diferentes, acertadamente engarzados, y conservando rigurosamente la estructura combinativa de rimas procedente de la espinela tradicional. Ofrecemos uno de esos poemas.
Bajo la sombra del ilang—ilang…
Bajo la sombra del ilang—ilang
escribo con el sol majado en el mortero del follaje;
allí sentado escribo, en medio del paisaje
interior que los hombres en sus casas se dan;
escribo, mientras los minutos van
cayendo, como mismo bajan las hojas demoradas;
las manos, alertadas,
copian en verbo rápido el suceso;
de cuando en cuando advierto el leve peso
de monedas solares desde arriba lanzadas;
pero la sombra gana la partida
y se siente un frescor que estimula a cantar;
en este manso sitio se puede oír el mar
cuando quiebra su frente en la margen herida;
se podría escuchar la boda enardecida
del basalto y la estrella;
o el texto aquel que dice la querella
—lo cantó Juan Cristóbal— dentro del bosque umbrío;
soy del planeta, pero tengo un fragmento mío
donde poner la huella;
ahora mismo las voces de los que allí trabajan
escucho;
me gusta mucho
sentir cómo el sonido y lo silente encajan;
las raíces que suben, los follajes que bajan
arriban solos a mi copa honda;
soy la cepa y la fronda
de un viejo eslaboneo;
percibo, más allá de lo que veo,
una luz más redonda;
tiene que haber un reino de mayor señorío
y un espacio de más delgada transparencia;
porque lo eterno nace desde la contingencia
y a la cumbre se llega transitando el bajío;
distingo ahora el impalpable envío
de los otros, adentro de esta honda soledad;
siento, por sobre la inconformidad
de mi sangre, una médula posible;
es algo unible
que se columbra hacia la oscuridad;
oh tarde silenciosa,
me siento sin edad, con todo el tiempo unido;
cómo es posible si yo no he vivido
mucho más que la rosa?;
y he sido una centella de carencia imperiosa
y un duro rayo de dolor tremendo;
cómo es posible, qué es lo que no aprendo
dentro de esta obcecada lucidez?;
ah la altivez
enarbolada en medio del remiendo;
y no eres dueño
ni de tu propio sueño;
sólo has tenido, y al desgaire,
el aire;
pero has sido monarca del empeño
y de la trémula mensajería de lo invisible;
se te volvió escribible
el mundo;
y ardes profundo
igual que un combustible;
azul derribo, el resplandor ahora
cae trucidado de la altura;
dentro de la blancura
de la página es una rabia invasora;
hacia la sombra protectora
corro el asiento;
y en este movimiento
toco los nudos del espacio;
congruencia viva, todo va despacio
dentro del pensamiento;
el discurrir preludia
la idea;
el interés —polea
pertinaz— interludia;
la gana estudia
alrededor;
en la boca la música del verso, ese temblor,
convoca;
y la demanda de seguir provoca
una honda búsqueda interior!
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