Cuba Ala Décima

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viernes, abril 27, 2007



Isbel
Díaz Torres
canta a la palma

Isbel vuelve a nuestra página. No lo hace ahora con procedimientos escriturales de vanguardia, sino con décimas concebidas en los tradicionales metro octosilábico y rima consonante, para cantar a su modo a la palma, uno de nuestros símbolos nacionales. Son estrofas que pertenecen a su poemario inédito De los árboles, que aún espera por editor interesado.

Isbel Díaz Torres, nacido en Pinar del Río en 1976, actualmente especialista en Informática de la Dirección Municipal de Cultura en Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana, y colaborador destacado del Grupo Ala Décima, es también un licenciado en Biología que libra admirables batallas contra la tala indiscriminada de árboles, como la que se produjo recientemente sobre un vetusto ejemplar en San Agustín, su barrio capitalino de residencia. Sobre este tema, Isbel ha creado un boletín titulado El guardabosque, que circula por vía electrónica. Los interesados pueden solicitárselo mediante la siguiente dirección email: dmcplaza@cubarte.cult.cu

PALMA

No hay que volver. Que la aventura es esa.
Eugenio Florit

Rueda el carro y los adrales
que me confinan descorro,

queda mi faz al socorro
de las rachas vesperales.
Mis manos como fanales
ante mis ojos se ahuecan
siguiendo el paisaje, pecan
de carecer celuloide,
mas son como de un androide
las luces que en mi ojo secan,
y se estampa en la retina
-celuloide suficiente-
la imagen que roza al lente
movedizo y que lo afina.

En el paneo la ondina
se asoma tras la laguna,
medrosa. Primero es una,
después son dos abrazadas
sin tocarse, como arcadas
vegetales a la luna.

De zorzales el corrillo
sigue a la cámara absorta,
y en el recodo que acorta
tenaz el agreste trillo,
se deslumbra por el brillo

de los glaucos capiteles:
son ondinas con boceles
de frío musgo en sus bases:
mi mano se enciende en haces,
mis ojos se apagan, fieles.

A aquella ruta hoy regreso
sin cámara, luz ni carro,

sólo una ondina en el barro
del patio ajado y confeso.
Su tronco endeble en exceso,

su penacho sin el lustre
de aquel tiempo, ante un lacustre
paisaje en que nadie ríe...

Mi ondina, no hay quien me guíe
a tu paz, no hay quien me ilustre
cómo retener la infancia
cuando el oro ya ha pasado.
El musgo crece al costado
de tus piernas. Ya no escancia
el rocío la sustancia

fulgurante entre tus flores
invisibles, los albores
son como escamas sin pez,
sólo brillo, tiempo es
de que yo parta, y tú llores.

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