Toque de lumbre
(Palabras de presentación de Toque de queda, durante
Resulta casi imposible hablar del poemario en décimas Toque de queda, de Carlos Esquivel Guerra (Elia, Las Tunas, 1968), sin tener en cuenta las “alucinaciones” que, a manera de prólogo, devela Jesús David Curbelo, quien junto a Carlos Tamayo y Alberto Garrido, tuvo sobre sus hombros la decisión del Premio Iberoamericano Cucalambé 2005, difícil encomienda pues se trata de uno de los certámenes más representativos de la mejor décima escrita en Cuba e Iberoamérica.
Pueden estar tranquilos estos tres destacados intelectuales cubanos, porque amén de la calidad insoslayable del “aluvión” de cuadernos concursantes, no es extraño que hayan decidido otorgarle a Toque de queda el máximo galardón. Aquí Carlos Esquivel deja ver claramente “cómo ha ido evolucionando desde el neomodernismo hacia la neovanguardia” poética y concuerdo con Jesús David, que hace en el prólogo un recorrido analítico por casi toda la obra decimística de Esquivel, cuando dice que en este libro encontramos: “un verso limpio, preciso, pleno de carga semántica; la rima no se fuerza con giros de ingenio, sino que discurre, grácil, bajo el peso de la polisemia” y todo eso “indica madurez”.
La lectura de este decimario, dividido conceptualmente en dos secciones donde conviven tanto la variante espineliana como la décima endecasilábica, tanto la rima consonante como la asonante y la ruptura formal de la estrofa primigenia en un acercamiento válido al versolibrismo, convencerá al más escéptico de la altura lírica y estilística de este autor, que nos entrega su verso como un toque de lumbre. Mucho pudiera hablarles de los valores intrínsecos y las ganancias puramente literarias de este volumen con que la editorial Sanlope enriquece su Colección Iberoamericana, sin embargo, prefiero dejarles, a manera de invitación, su poema de cierre:
LA ISLA
Sé viento, sé tempestad.
Percy B. Shelley
El aire que obedece a la bandera
se escapa como un perro
para Dante, e imita con la piedra
un solo instante de una isla
que encarna su frontera. Yo sé la cuchillada,
no me espera el óxido de un barco,
y una cruz no detiene
la herida con el pus para un lobo perdido
al que me entrego.
Pero me quemas, Isla,
desde el fuego con que inventas las noches
y la luz.
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