Un jardín de laberintos
en
Por A. Faxas
Tomado de Cubaliteraria
Mi hija estaba acostada sobre mí y no dejaba de reírse. "Me gustan mucho esas adivinanzas", me dijo. Después tomó el libro en sus manos y me preguntó: "¿Cómo es que se llama el escritor, papá?" "Lewis", le dije. "¿Lewis?", me preguntó mi hija con inquietud, "¿qué quiere decir eso?" Lewis es una adivinanza que el autor les ha hecho a todos los niños del mundo para que la adivinen. Los ojos de mi hija se intensificaron y noté una belleza que nunca antes había visto. "Pues yo la voy a adivinar", me dijo y me dio un beso.
A Lewis lo conocí a inicios de los años noventa cuando yo era estudiante del preuniversitario, y él, un profesor de Inglés. Nunca hablamos en inglés y mucho menos de literatura y tampoco eran años tan difíciles. Los años difíciles llegaron después, al mismo tiempo que nos comenzó a sorprender a ambos la literatura, y otras cosas.
Recuerdo que fue en una "cucalambeana de base" —de esas que realizan en Las Tunas, y que actualmente no tienen ningún encanto— cuando volví a ver a Lewis. La impresión lejana que tenía del profesor de Inglés con sus collares y sus pulsos que provenían de una cultura diferente a la nuestra, aun cuando impartía sus clases, se deshizo en unos breves e intensos minutos que vinieron después, cuando Lewis comenzó a leer unas décimas formidables que eran una especie de autorretrato. Yo también en ese tiempo había comenzado a escribir mis primeros intentos de poemas en décimas. Pero no fue tampoco esa vez, sino años después, cuando las décimas de Lewis comenzaron a dar un cambio. Un giro demasiado hermoso y noble, el cual siempre me ha parecido una de las cosas más difíciles: la literatura para niños.
Nunca le he preguntado a Lewis el porqué de aquel cambio, por qué aquella metáfora. Tampoco quiero que me lo explique. Pero eso es algo que continúa siendo una interrogante para mí. Su primer libro de poesía Papeles de la isla verde fue precisamente un libro para niños con el cual obtuvo el Premio Regino E. Botti hace ya varios años. Un libro en el cual los niños no tienen motivos para descansar. Lewis hace de la décima un juego interminable, lleno de interrogantes y, sobre todo, mucho divertimento. Si algo define un libro para niños es que no puede suceder, por ningún motivo, que el niño se aburra. Y los libros de Lewis tienen esa frescura. Sus adivinanzas-décimas son además poesía, donde el niño va a prendiendo a identificarse con los tropos, con una cultura que es bañada por otros códigos y otras naciones, y donde las historias clásicas se despojan de su clasicismo para llenarse de sorpresivas ocurrencias.
El jardín de los laberintos obtuvo en el 2005 el Premio de Poesía para Niños Principito, que auspicia la editorial Sanlope de Las Tunas. Y, como dice en su contracubierta, “El jardín de los laberintos es un espacio mágico inventado por Lewis para ti [el lector]”. Pero eso ya yo lo había aprendido junto a mi hija aquella tarde en la cual no nos cansamos de divertirnos. Mi hija aún continúa buscando el significado de su nombre. Yo, en cambio, cuando escucho que pronuncian el nombre de Luis Mariano Estrada, tengo la ligera impresión de que es un pelotero de esos que conecta un roletazo que rueda por el left field y avanza suavemente hasta una de las esquinas, convirtiéndose en un extrabase salvador.
Gracias a Lewis, a Luis Mariano Estrada, a sus adivinanzas. Y sobre todo a nuestra amistad.
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