Cuba Ala Décima

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jueves, marzo 01, 2007




Francis Sánchez y sus
Luces de la ausencia mía

En la vida literaria de Ciego de Ávila —provincia que ahora recibe los aires de la XVI Feria del Libro en sus sedes de la ciudad capital y en la de Morón— y también en la del país, es indispensable hablar de la obra de Francis Sánchez, nacido en 1970 y con un amplio y significativo quehacer, apreciable in extenso en el enlace con Cubaliteraria que aquí facilitamos.

Redactor editor de la avileña revista Videncia, investigador, poeta de todos los registros, es también un apasionado de la décima, que asume con acertado afán renovador. Una confirmación de este aserto encontrará el lector en estos poemas suyos concebidos en estrofas de diez versos de diferentes metros de arte mayor, pertenecientes al volumen Luces de la ausencia mía, dado a la luz por Ediciones Ávila en el 2003 y que recibiera el premio provincial de la crítica durante la Feria Internacional del Libro del 2004.


AUTO SACRAMENTAL
PARA F. TOCADO POR LA PALOMA

Con más hambres de sombra curaste mi mirada.
Con un salto en el pecho me aclaraste la voz.
Te perdono haber sido el que escoge mi arroz,
mis huesos, y se queda con la piel —casi nada.
Te perdono el bautismo con fuego y con espada.
Se abría en dos el mar
y, de pronto, nos vimos.

¿La ciudad prometida
voló donde caímos?
Bajo este asombro único del doble rostro atento
quien arde es quien se deja contemplar en su intento.
¿Con lo que no temblé
quién hará los racimos?
Me perdono la fe en lo blanco de un loto
que se hastía por sobre todas mis aguas juntas.
Me perdono no ver cómo estallaban puntas
líquidas en la estrella del tiempo oscuro y roto.
Al ajarse mi insomnio, firme azogue es lo ignoto.
La paloma desciende a fecundar las cañas

con la visión de un trueno:
—Mi propia voz ¿me engañas?
Quiere el verde azorarme como gradación suave

de mi alma que tirita bajo un ala del ave.
Sin morir, nunca pueda yo marcar sus entrañas.


CONFESIONES DEL TONTO
DE LA COLINA
A
LA BELLA DURMIENTE

Gigante a cada paso espantando la risa
de un niño como enferma bandada de palomas,
carcelero de sombras chinescas y de aromas,
lobo que ensambla un pífano con su amarga ceniza
para salvarse lejos, en el eco, en la misa
oscura de las sangres... ¡Soy yo, Bella Durmiente!

¡Todos somos el Cíclope, el mar con una ardiente
astilla atravesándonos desde la infancia al ojo!
A morir me acostumbro, ya sé soñar el rojo
de tus labios prohibidos, eternos de repente.
Me hizo crecer el miedo, y crecí como un monte
buscándote entre pétalos. Aunque eran mis pies blancos
como aullido en gavillas, ni sobre los barrancos

pude hacia ti juntarles... Atabas tu horizonte
con el vino de un sueño, el Leviatán bifronte
que azoro, mientras me iba domesticando el frío.
Una rosa en lo oculto del bosque es mi extravío.
Un ruiseñor que juega a desmentir su fe
sin despertar, sin ecos. Algún día tendré
ante el sol la estatura perfecta del rocío.


NAUFRAGIO Y OTROS MISTERIOS
DE LA VIRGEN
DE
LA CARIDAD DEL COBRE

Se me va el remo, Madre de las costas,
y al verte se me, olvidan las miradas
entre sales del sueño maceradas.
No pierdas, Madre, si por mí apuestas.

Burla siempre a propicias y ebrias postas
que en el dintel de la tristeza espían.
Vuelve rodando al fondo, a donde crían
mis lágrimas sus perlas inasibles,
gota de sombra, faro de imposibles
aguas que entre mis dedos se tejían.
Con el grito partido ante tu imagen
como un cristal doblado bajo el cielo,
te invoco, la rodilla contra el suelo:
¡Tus pechos en mis labios se desgajen!

Ya las abejas de tus ojos bajen
a probar los veranos que me invento.
Todo aquí es, Madre, mar, descendimiento,
el cerco de una llama a las siluetas...
¡Rompe al fondo de mí tu nuez de grietas,
voces y luces vistas en el viento!


INVOCACIÓN A ILEANA
ENTRE LAS SÁBANAS
DEL CREPÚSCULO

Para I., por supuesto.

Descansa de ti un poco sobre esta rama en flor,
impugna la espumosa fe lanzada al abismo
de mis huesos, y corta con tu destierro el mismo
éxtasis que estirábamos desde el sueño al dolor.

Quítate, como un par de anillos, el temblor
del agua viva que entra a tu garganta oscura
clamando por sus gárgolas, ese temblor que dura

el doble de mis dientes en el fiel de tus ojos.
Mira, ya robar puedes uno a uno los rojos
nenúfares que soy, el pan sin levadura
con que se han consolado siempre alegres zagales
a través de las frías y aisladas cordilleras.

Fui levantando un muro en tomo a tus primeras
caricias, y ya nadie más a estos manantiales
podrá imponerles manso nombre: mis catedrales

son, donde adoro un fuego vedado a toda zarza.
Ven, reposa otra vez mi herida y triste garza
en esta rama en flor, y en tu propio gemido,
antes que el sol nos halle hurtándole su nido
y un manto negro sobre nuestros cuerpos esparza.

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