Jesús Menéndez: los primeros versos de denuncia por su asesinato fueron décimas del Indio Naborí
El aire denso y frío le abofeteaba el rostro a Jesús Orta. Sumergido como estaba en el recuerdo, lo sorprendió el bullicio de la calle Monte, a través de la ventanilla del ómnibus.
Descendió del vehículo y se encaminó de prisa a la emisora. En el propio pecho que dolía muy hondo por el crimen, por la pérdida física de aquel ébano hermano hecho de hombre, llevaba Jesús Orta un himno de combate.
Estaba decidido, contra todo riesgo. Él lo sabía bien: este sería su último programa en la emisora. Su espacio "Décimas informativas", tan escuchado de una punta a la otra del país, saldría al aire con su voz y sus versos una vez más, dentro de unos minutos, con su respuesta firme a la vileza, como le había enseñado Jesús Menéndez. Una vez más, y sería la última. Él recordaba bien la advertencia del contrato: "prohibición absoluta de opiniones políticas". Pero él diría su himno, aunque el despido inmediato fuera la primera consecuencia inevitable.
Llegó a CMQ-Radio y llamó aparte a su hermano de faena, el laudista Miguel Ojeda. Le confió su plan, y él estuvo de acuerdo. Minutos después ya estaban en cabina, el poeta con sus versos en la mano, y el músico, al pecho el instrumento.
Les hicieron la señal. El tema del programa salió al aire y la voz del locutor anunció, según costumbre, "acompañado por el laúd de Miguel Ojeda, canta sus versos el poeta Jesús Orta, el Indio Naborí".
Las familiares notas del punto campesino llenaron el recinto, y se multiplicaron en el éter hacia cientos de miles de radioyentes. Naborí aspiró hondo, con toda la fuerza de sus 25 años, y elevó sobre el laúd su denuncia hecha versos:
por el sendero marchito
y parece un mudo grito
hasta el silencio del buey.
Una voz como de Hatuey
surge, grita, no desmaya,
viene desde ajena playa
la perfidia de una ola,
muere Jesús... ¡ay, qué sola
se quedó la guardarraya!
en un revólver malvado:
tres balas han apagado
la luz de los barracones.
Es que el terror con galones
resucita en el central
y otra vez el Ideal
atacado por la espalda
enrojece la esmeralda
dulce del cañaveral.
talado por un gatillo:
Ahora sí que Manzanillo
midió el dolor de San Pedro.
La traición pensó en el medro
y el crimen le dio la cena
para que dorada hiena
sorda al grito del barranco
se lleve el azúcar blanco
pintado de sangre buena.
en un silencio elocuente,
es una roja simiente
que florecerá en estrella.
El crimen deja una huella
que como una voz reprocha,
mientras cruzamos la trocha
de una nueva rebeldía,
hasta que despunte el día
por el filo de la mocha.
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