Argel Fernández, nuevo
integrante del Grupo Ala Décima

Su presentación como miembro se realizará el próximo miércoles 20, a propósito de las actividades por el aniversario 13 de la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé, en Las Tunas

El Grupo Ala Décima, como es sabido, lo integran poetas y otros creadores residentes en Ciudad de La Habana. La reducción geográfica del Grupo obedece a razones estrictamente operativas, de funcionamiento. Pero como toda regla tiene su excepción, por el acuerdo unánime de sus actuales miembros, consultados individualmente al efecto, se ha otorgado esa condición al poeta Argel Fernández Granado, nacido en Puerto Padre en 1963 y residente en la ciudad de Las Tunas, donde se desempeña como especialista de la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé, ante la cual ha representado en los últimos años al Grupo Ala Décima en numerosas encomiendas literarias.

Allí, en ocasión del aniversario 13 de la institución, con la presencia de poetas de la agrupación invitados a ese cumpleaños, se efectuará la presentación de Argel como miembro del Grupo Ala Décima. Mientras tanto, ofrecemos un poema de su libro Las cuerdas y la marioneta.

GIROS SOBRE LOS MUROS

A lo mejor, hombre al fin,
las espaldas ungidas de añil misericordia,
a lo mejor, me digo, más allá no hay nada.

César Vallejo

Irreverentes, dos pies
martillan sobre tu asfalto.
Puedo salvarme de un salto
sobre las olas, después
dirás: qué importan los Diez
Mandamientos; cómo, hereje,
has renunciado a ser eje,
destino, supervivencia.
No se agota tu paciencia
viril, sombra que desteje
ex profeso su mortaja
predicadora -sin miedo-
mientras abortas el ruedo
donde Cordura le encaja
a un loco su desventaja
por estar. Siempre escondida
como Verdad reprimida
por torres de agua y marfil
Pegaso -animal civil -,
destroza siempre la brida.
Giro a estribor, busco altura
añil al dorso del pan,
pero mis huesos están
en ti, ciudad-escultura,
siempre a babor, sepultura
suburbana con pobreza
fósil y cristales. Presa
de los íntimos escombros,
sobrecargando tus hombros
hundo, ciudad la cabeza,
como una luz, en el templo
donde tantas manos se hunden
para salvarse y confunden
los caminos. No contemplo
más que el inútil ejemplo
de tus hijos. Las deidades
me vigilan. Sus edades
gobiernan, pero yo juro:

Cuando termine este muro
comenzaré otras ciudades.